Durante la Edad Media, era habitual el uso de
especias y plantas para elaborar la cerveza. Y no fue hasta el 1516
cuando la Ley de la pureza alemana, obligó a sustituir el gruit por
el lúpulo. Sin embargo, una monja benedictina ya había
probado ha infusionar el mosto de malta con esta planta trepadora.
Esta mujer a la que le debemos tanto, se llamaba Hildegard de
Bingen.
Nació en el 1098 en el pueblo alemán de
Bermersheim y murió en 1179 en el monasterio de Rupertsberg Bingen.
Era de familia noble y por ser la menor de los 10 hermanos, la
ingresaron en la abadía de Disibodenberg con 14 años. Gracias a la
abadesa, Jutta Spanheim, aprendió teología, filosofía, música y
medicina holística. Con 18 años, tomó los hábitos de la
orden benedictina y 20 años después, tras la muerte de Jutta
Spanheim, se coonvirtió en abadesa. Tras el ascenso se dedicó a
escribir libros de distintas tématicas. Entre ellos narró
las propiedades del lúpulo y sobre la utilización de esta planta en
la cerveza.
Hildegard decidió a utilizar lúpulo porque
observó que las bebidas dulces provocaban problemas en la
vista. Con su utilización restaba dulzor a la cerveza evitando así
esos problemas. Además consiguió
que durará más tiempo en buenas condiciones.
También utilizó esta planta para conservar distintos alimentos.
El 7 de octubre del 2012 el papa Benedicto XVI le
otorgó el título de Doctora de la Iglesia.
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